El juez de los divorcios
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ISBN rústica ilustrada: 9788498163674
A pesar de ser quien estrenó en la literatura española el tema del divorcio con El juez de los divorcios, Miguel de Cervantes Saavedra nunca habló de su esposa en sus diversos textos autobiográficos. En este entremés varios matrimonios se presentan ante un juez y explican las causas de sus peticiones de ruptura. El 12 de diciembre de 1584, Cervantes contrajo matrimonio con Catalina de Salazar y Palacios en el pueblo toledano de Esquivias. Catalina era una joven que aún no había cumplido veinte años y que aportó una pequeña dote. Tras dos años de matrimonio, Cervantes se separó y comenzó sus extensos viajes por Andalucía sin haber tenido hijos.
El juez de los divorcios
(Sale el Juez, y otros dos con él, que son Escribano y Procurador, y siéntase en una silla; salen el Vejete y Mariana, su mujer.)
Mariana Aun bien que está ya el señor juez de los divorcios sentado en la silla de su audiencia. Desta vez tengo de quedar dentro o fuera; desta vegada tengo de quedar libre de pedido y alcabala, como el gavilán.
Vejete Por amor de Dios, Mariana, que no almonedees tanto tu negocio: habla paso, por la pasión que Dios pasó; mira que tienes atronada a toda la vecindad con tus gritos; y, pues tienes delante al señor juez, con menos voces le puedes informar de tu justicia.
Juez ¿Qué pendencia traéis, buena gente?
Mariana Señor, ¡divorcio, divorcio, y más divorcio, y otras mil veces divorcio!
Juez ¿De quién, o por qué, señora?
Mariana ¿De quién? Deste viejo que está presente.
Juez ¿Por qué?
Mariana Porque no puedo sufrir sus impertinencias, ni estar contino atenta a curar todas su enfermedades, que son sin número; y no me criaron a mí mis padres para ser hospitalera ni enfermera. Muy buen dote llevé al poder desta espuerta de huesos, que me tiene consumidos los días de la vida; cuando entré en su poder, me relumbraba la cara como un espejo, y agora la tengo con una vara de frisa encima. Vuesa merced, señor juez, me descase, si no quiere que me ahorque; mire, mire los surcos que tengo por este rostro, de las lágrimas que derramo cada día por verme casada con esta anotomía.
Juez No lloréis, señora; bajad la voz y enjugad las lágrimas, que yo os haré justicia.
Mariana Déjeme vuesa merced llorar, que con esto descanso. En los reinos y en las repúblicas bien ordenadas, había de ser limitado el tiempo de los matrimonios, y de tres en tres años se habían de deshacer, o confirmarse de nuevo, como cosas de arrendamiento; y no que hayan de durar toda la vida, con perpetuo dolor de entrambas partes.
Fragmento de la obra
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