Relatos de Julián del Casal
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ISBN CM: 9788499535739
ISBN tapa dura: 9788411266482
El autor de estos Relatos es Julián del Casal, escritor cubano (1863-1893), considerado uno de los principales exponentes del primer modernismo, en su vertiente más decadentista. Su talento fue admirado por sus contemporáneos, pese al lugar marginal que tradicionalmente ha ocupado el poeta dentro del movimiento, a diferencia de figuras centrales como José Martí o Rubén Darío.
La narrativa de Julián del Casal no es tan conocida como su poesía. En Busto y Rimas —libro que fue publicado después de su muerte— aparece parte de su labor como prosista. Pero la mayoría de sus relatos se encuentran en las revistas y periódicos de la época. Sin duda, su mayor aporte literario fue en la poesía, donde alcanzó una extraordinaria sensibilidad.
Sus relatos, aunque poco divulgados, son de un gran valor literario también. En este género se le considera uno de los mejores narradores latinoamericanos del siglo XIX. Sus obras se caracterizan por la belleza, colorido, melancolía y excelente forma.
La presente antología de Relatos de Julián del Casal contiene textos diversos, entre otros:
- El velo,
- Una madre,
- El primer pesar,
- La casa del poeta y La tristeza del alcohol.
Más allá de los lugares comunes del Modernismo latinoamericano, la narrativa de Casal destaca por su visión peculiar y la atmósfera que recrea.
Un sacerdote ruso
Ainsi qu’un papillon volage
Ce qui passe aujourd’hu sera passé.
Laisse-toi cueillir au passage
Papillon d’ActualitéLas doce del día.
Fragmento del texto
Desde la altura de la blanca terraza, próxima al mar, bajo el toldo que forma el ramaje de verde enredadera, estrellado de flores violáceas, hay un grupo de gentes que contemplan, hundido el sombrero hasta las cejas y los anteojos nacarados entre los dedos, la salida de la fragata rusa que abandona nuestras costas.
Ni un soplo de aire refresca la atmósfera. El mar, como lámina de acero, maravillosamente bruñida, irradia un brillo metálico que deslumbra la vista. Las ondas arrastran, en su curso tranquilo, paquetes de algas que arrojan sobre la arena dorada de la playa, semejando ramilletes marchitos del último baile de nereidas. De vez en cuando los rabihorcados que revolotean en el aire se introducen, como flechas negras, en el piélago azul. Sobre las rocas puntiagudas, jaspeadas de placas verdinegras, los pilluelos se entretienen en recoger caracoles que se irisan a los rayos del Sol.
Mientras la fragata avanza serena y majestuosa, sobre el dorso de las olas con las velas abiertas y las banderas izadas, hasta perderse en el confín del horizonte lejano, velado por brumas opalinas; se destaca a lo lejos, en lo más alto de la popa, la figura del capellán que parece rogar, desde el púlpito de un templo marino, por el alma de los náufragos. Tiene la mansedumbre evangélica de las grandes almas. Al contemplarlo en aquel lugar, con su solideo de raso negro, ornado de una moña amarilla, bajo el cual se escapan sus cabellos grises y con su sotana tornasolada, donde resplandece, bajo la cascada de su luenga barba, la cruz blanca de los antiguos eremitas de Jerusalén; evoca el recuerdo de los sacerdotes de Dostoievski, acompañando los deportados a Siberia.
Y al ver la fijeza atónita de sus miradas, diríase que trata de concentrar en sus pupilas verdes, inmóviles en sus órbitas aporcelanadas, los brillantes fulgores del mediodía tropical, para iluminar con ellos, en futuros días, la blancura helada de las vastas estepas solitarias.
Edición de Ángel Augier.