Poemas de Luis Muñoz Rivera

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ISBN rústica ilustrada: 9788490076095
ISBN tapa dura: 9788411266284

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Los Poemas de Luis Muñoz Rivera tienen enorme contenido sociopolítico, pertenecen al movimiento Realista en literatura, y son descriptivos y visuales y ajenos al Romanticismo. Los Poemas de Luis Muñoz Rivera han sido agrupados en cuatro secciones, que reflejan su trayectoria «Retamas», «Tropicales», «Nacionalistas» y «Líricas».

Retamas

I. Yo no sé si hacen versos las letras
que escribo con lágrimas,
al pensar que, en mi dulce Borinquen,
este bello jirón de la patria
(acaso de un sueño
como sombra vana)
la esperanza gentil del colono
se pierde entre sombras y entre olas amargas.

Para estos renglones que escribo temblando,
ni busco, ni cuento, ni elijo palabras;
esta vez la retórica aguarde,
que la verdad pasa.

Y son estas rimas tan tristes y alegres
saetas de fuego o briznas de escarcha,
que abrasan los labios
o enfrían el alma.

IV. Con las ropas en bello desorden,
la frente marmórea de rizos poblada,
balbuciendo los trémulos labios
confusas palabras,
un niño dormía
soñando en la patria.

¡Oh! ¡qué hermosa, riente y espléndida,
altiva y heroica, viril y gallarda
la veía surgir de las ondas
rugientes y bravas,
con su veste de espumas cubierto,
el torso de ninfa, las formas de estatua!
Corrieron los años:
El niño, en su tierra, creció como un paria:
vio la fusta estallar implacable
del siervo en la espalda;
mirar pudo en el rostro del César
sonrisas de lástima;
la sangre, rebelde,
subió a sus mejillas en brusca oleada;
y después… en sus noches de insomnio,
evocando a la ninfa soñada,
¡qué mezquina, qué pobre, qué triste
solía mirarla!

¡Ay! el sueño… ¡qué dulce y alegre!
La verdad… ¡qué desnuda y amarga!

Por eso el mancebo
pensando en la patria,
sintió muchas veces sus ojos marchitos
llenarse de lágrimas.

VII. No hay remedio: doblad la rodilla:
bajad la cabeza,
y sufrid que os oprima y estruje
la planta del déspota
si los amos esgrimen la fusta
que estalla soberbia.
¡Ah! ¡Silencio! En los trémulos labios
ahogad la protesta
porque aún reina en el mundo a
la ley de la fuerza.

Vuestro arado, los surcos rompiendo,
rotura la tierra:
trabajáis sin descanso, y el fruto
de ingrata faena
a sus amplios arcones sin fondo
el fisco se lleva.
Entre tanto en la choza de bálago
morís de miseria.
Continuad vuestra obra: la exige
la ley de la fuerza.

¿Os envuelve tal vez, implacable,
la inicua sospecha?
¿Os injurian los falsos escribas?
¿Os abre sus puertas,
como un monstruo sediento y maldito
la ergástula negra?
Esperad y sufrid ¿qué remedio?
Quien sufre y espera,
podrá un día romper en pedazos
la ley de la fuerza.

XIII. ¡Qué calma tan honda!
¡Qué paz tan profunda!
¡Qué solemne quietud la que reina
por esas alturas!

No ocurren sucesos;
se pasan los días,
Sin que un soplo revuelva los mares
de nuestra política.

Silencio tan triste
enerva el espíritu:
¿Es acaso esta tierra un inmenso
sepulcro de vivos?

XIV. Yo no sé si don Pablo, el pontífice,
estudia afanoso política práctica,
leyendo incansable con ansia creciente
mis pobres retamas.

Pero sé que le gustan de veras,
y que pierde con ellas la calma:
que a veces encierran en tosca envoltura
verdades amargas.

Señor conde: los condes que buscan
impresiones alegres y gratas,
con probar un acíbar como éste
se mueren de rabia.

XVI. ¿El pueblo se divierte?
Dejadle divertir,
Si olvida sus angustias
¿qué más podéis pedir?

¡Que se agite en alegres verbenas,
que ahogue sus penas
apurando el licor del placer!

¡Que se anegue en la báquica orgía,
si siente algún día
los amargos recuerdos de ayer!

¿Que el desaliento invade
nuestra gentil ciudad?
¿Que en ella hunden la garra
los buitres sin piedad?

¡Bah! No importa. Que goce: que cante;
y altares levante
a la risa, a la danza al amor.
No le queda otra cosa: la fiesta;
la lánguida orquesta;
de las copas el dulce rumor.

La decadencia viene:
la vais palpando ya,
el pueblo, antes altivo
degenerado está.
¿No observáis en su frente marchita
la huella maldita
que la idea dejara al partir?
Ese pueblo salvarse no quiere.
Si cae, si muere,
es que anhela caer y morir.

XXXV. A noche, mientras ardía
la caseta de consumos,
describiendo tantas curvas
como una barca sin rumbo
aproximóse a nosotros
un Demóstenes presunto
y nos obsequió galante
con este bello discurso:

—¿Ven ustedes esas llamas?
Hay muy cerca un río enjuto,
que es, enfrente del siniestro,
un sarcasmo y un insulto.

Pues yo tengo en el estómago,
—y jamás lo disimulo—
un incendio más terrible,
sin cenizas y sin humo,
que se burla de las bombas
y desdeña el acueducto.

Y este fuego no se apaga
ni con todo el ron del mundo.

XXXIX. Poetas y artistas:
romped la paleta y el plectro gentil;
empuñad el arado: es preciso
salvar el país.

Escritores: la pluma acerada
tirad con desdén;
no busquéis en la justa gloriosa
el triunfo soñado y el noble laurel.

Otra cosa el país os demanda;
la semilla en el surco arrojad:
la labor del espíritu huelga;
romped con las picas el suelo feraz.

¿Que el país retrocede? No importa.
Sembrad el tabaco: plantad el café.
Este pueblo no es Roma ni Grecia:
Si cae, que caiga. Dejadle caer.

Matad los periódicos;
tirad al arroyo el dulce laúd:
no debemos sonar con la gloria;
aquí solo es dable sonar con la cruz.

Si nada tenemos que valga gran cosa
olvidemos el plectro gentil
de ese modo tan solo se puede
salvar el país.

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