Llave del Nuevo Mundo

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ISBN rústica: 9788411267700


José Martín Félix de Arrate Acosta; nació en la Habana en 1701, fue historiador y político. Vinculado por lazos de consanguinidad a las más prestigiosas familias de la oligarquía habanera de la etapa.
Se le considera como el primer historiador de Cuba por muchos ilustrados cubanos. Fue Regidor perpetuo del ayuntamiento de la Habana. Es el autor de Llave del Nuevo Mundo que constituye una muestra acabada de criollismo y modernidad, de la cual no se ha encontrado el manuscrito original y que refleja el modo de percibir Cuba, sus poblaciones y recursos sintetizando casi dos siglos de colonización española.
Llave del Nuevo Mundo es una descripción completa de la sociedad cubana del siglo XVIII. La obra abarca cinco puntos: geografía y naturaleza, economía, unciones de las autoridades y magistraturas, cronología civil y eclesiástica, y una crónica cultural.

«Por ser resguardo y conservación de los dilatados dominios en la vasta jurisdicción de la América [decidiose…] distinguir y conceder a La Habana, llamándola Llave del Nuevo Mundo y Antemural de las Indias Occidentales.»

José Martín Félix de Arrate

Capítulo I. Del descubrimiento de la isla de Cuba y de su situación y excelentes calidades

Entre las varias hermosas y fecundas islas que el grande Palinuro o famoso argonauta don Cristóbal Colón descubrió en estas partes de occidente, el año de 1492, y le afianzaron con su hallazgo y reconocimiento el deseado logro de aquella admirable empresa, con que quitó a las más heroicas y célebres de la antigüedad la mayoría, ya que no pudo la precedencia, fue la de Cuba, a quien llamó Juana, la primera en que por las noticias de su grandeza y apariencias de más fertilidad hizo internar algunos españoles, acompañados de dos indios, para que buscando en las inmediaciones de la costa pueblos de gentes, les diesen a entender en nombre de los Reyes católicos el principal motivo de su venida a estas regiones. Pero aunque resultó de las diligencias el haber penetrado hasta un lugar de cincuenta casas y visto otras menores en que fueron bien recibidos, trayéndose consigo los enviados tres naturales por quienes se investigasen los de sus habitadores, satisfecho Colón con el informe de la cercanía de nuevas y más ricas tierras, prosiguió su derrota en demanda de la isla más vecina, a quien después tituló la Española.
Separose de Cuba con la incertidumbre de si era o no tierra firme, permaneciendo esta duda hasta que el año de 1494, siendo ya Almirante de las Indias y volviendo a continuar sus descubrimientos, examinó ser isla, verificándose esto más claramente después que por especial orden del Rey comunicada al Comendador Nicolás de Ovando, gobernador que era entonces de la Española, la bojeó enteramente Sebastián de Ocampo el de 1508, reconociéndola por una y otra costa, y observando las buenas calidades del país, comodidades y excelencias de los muchos puertos y bahías de que gozaba por ambas partes.
Examinó entre los mejores y más recomendables por sus circunstancias, aún no bien comprendidas en aquel tiempo, éste de La Habana, a quien nombró puerto de Carenas por haber, como es tradición, facilitado en él la de sus bajeles con el casual hallazgo de un manantial de betún, que suplió la falta de brea y alquitrán con que venía; socorro que por no esperado fue más aplaudido.
Volvió, pues, Ocampo a Santo Domingo, y aunque con su llegada se hizo notorio todo lo que había advertido de la feracidad y requisitos de Cuba, no produjo ningún efecto en cuanto a tomar expediente para su población, hasta que el año de 1511, habiendo sucedido en la posesión del almirantazgo de las Indias don Diego Colón a su padre don Cristóbal, determinó pasase de la Española a Cuba el capitán Diego Velázquez, con el honroso encargo de reducirla y poblarla, contribuyendo mucho las apreciables prendas del electo para el más fácil y feliz éxito de la jornada, y lograr con la pacificación de los naturales los mejores establecimientos en la Isla; de cuya situación, grandeza y fertilidad, antes de pasar a otra cosa, es preciso hacer digna memoria, tocando algunas noticias históricas, políticas y geográficas que conducen a su mayor lustre y estimación y son muy propias de mi asunto, porque La Habana interesa como parte, y parte tan principal y mejorada cuanto se diga en honor de su todo, que es la Isla, por ser el precioso engaste de esta rica presea de la corona española, y la estimable concha de esta occidental margarita, como la llamó aquel gran apreciador de sus quilates, el discretísimo Orejón.
Está situada la isla de Cuba dentro del trópico de Cancro en la embocadura del Seno Mexicano, al norte de la equinoccial desde los veinte grados de latitud, en que se demarca el cabo de Cruz, hasta los veintitrés y quince minutos, en que cae la bahía de Matanzas; y desde los doscientos ochenta y ocho grados y tres minutos de longitud, en que está el cabo de San Antonio, hasta los trescientos uno y veinte minutos, en que queda la punta de Maisí. Su terreno es fértil y el temperamento es benigno, pues siendo seco y caliente, es más templado y sano que el de Santo Domingo y otras provincias de este nuevo mundo, porque las lluvias y vientos lestes, que comúnmente reinan en ella, hacen menos intensos los calores del verano y estío, y en la estación del invierno, por la frecuencia de los nortes, goza los más días y noches regularmente frías, o cuando menos frescas.
Sobre su longitud, latitud y circunferencia varían considerablemente los autores. El cronista Herrera escribe que desde punta de Maisí, extremo oriental, hasta el cabo de S. Antón, que es el occidental, tiene de largo doscientas treinta leguas, y que su mayor latitud es de cuarenta y cinco, desde cabo de Cruz hasta el puerto de Manatí. Cómputo que sigue Moreri en su diccionario, difiriendo de Herrera en que por lo más angosto le da quince, y aquél le señala doce.

Fragmento de la obra