Las desgracias del rey don Alfonso el Casto
€3.00
ISBN rústica: 9788498161038
La obra teatral de Antonio Mira de Amescua Las desgracias del rey don Alfonso el Casto relata la vida de Alfonso II, quien fue nombrado rey de Asturias tras la muerte de Silo. Para evitar los continuos ataques de sus adversarios, tuvo contactos diplomáticos con los reyes de Pamplona, Carlomagno y su sucesor, Ludovico Pío. El sobrenombre de «el Casto» se debió a su renuncia a las mujeres.
Jornada primera
(Suena música y salen al tablado [tres] tambores, uno con un pendón levantado y en él un león, otro con una fuente de plata con una corona, otro con otra fuente con una espada. Después en orden, todos los que pudieren y corriendo una cortina aparece en un tribunal el Rey don Alfonso, armado el pecho, galán y descubierta la cabeza. Arrímanse todos a los dos lienzos del vestuario.)
Alfonso: Hidalgos asturianos
reliquias y sucesión
de godos y de romanos,
fortaleza de León
que he de regir con mis manos;
por el valor sin segundo
que tenéis, máquinas fundo
para dar a España asombros,
y he puesto sobre mis hombros
el mayor peso del mundo.
Los reinos y majestades
suelen tener por grandeza
lisonjas y falsedades,
y así pongo en mi cabeza
montes de dificultades.
Poca paz y mucha guerra
son columnas de Reinar;
que el hombre que en Rey se encierra
entre las sirtes del mar
y volcanes de la tierra,
siempre ha de vivir velando.
La vida le van gastando
los cuidados con que lidia,
y los linces de la envidia
sus obras le están mirando.
Desde la gallega sierra
hasta la andaluz nevada
me está llamando la guerra.
Mirad si es carga pesada
para un hombre hecho de tierra.
En efecto a mi persona
el cuidado no perdona;
que a todo estaré ofrecido
desde oí que habrá ceñido
mis sienes esta corona.Sancho: Seas, Alfonso, de hoy más
Fragmento de la obra
para los moros un rayo
que abrase, y sí lo serás;
que eres nieto de Pelayo
y vas dejándole atrás.
Ya que es hecho la elección,
falta la coronación.
Permita, pues, tu persona
ponerle espada y corona
en señal de posesión.
De Pelayo es esta espada,
que el mundo causaba espanto
en su brazo levantada,
y si viviera otro tanto
viera a España restaurada.
Ármate, señor, con ella,
serás Sol de la milicia
y hemos de jurar en ella;
tú de guardarnos justicia,
nosotros de obedecella.