La madre naturaleza
€3.00
ISBN CM: 9788490071700
ISBN tapa dura: 9788411264891
ISBN rústica: 9788499539843
La madre naturaleza es una novela de Emilia Pardo Bazán publicada en 1887. Esta obra es la conclusión de la historia de Los pazos de Ulloa. Es uno de los ejemplos más emblemáticos del naturalismo en España. Aunque está muy lejos del naturalismo de Émile Zola, comparte algunas de las características de esta corriente literaria, pero, en general, muy atenuadas.
Las dos novelas comparten personajes y escenarios, aunque es evidente que el carácter y la finalidad no es la misma. La primera, Los pazos de Ulloa, es una novela de acción centrada en la descripción de la situación política, social y religiosa de la decadente nobleza rural gallega de finales del siglo pasado.
En ese ambiente un intruso, el párroco Julián, por su naturaleza devota, buena y serena, se encuentra arrastrado por los acontecimientos. Sin embargo, es incapaz (por ignorancia o cobardía) de hacer nada para cambiarlo.
En cambio, La madre naturaleza, se centra en la siguiente generación de la misma familia. Así muestra cómo los pecados de los padres condenan a los hijos o, por usar la terminología naturalista, cómo el medio y la herencia genética condicionan la existencia de las personas.
En este caso el intruso, Gabriel Pardo, se compromete personalmente en los hechos. A diferencia de la novela anterior, este relato muestra un tono más intimista y reflexivo sobre la naturaleza humana.
La madre naturaleza es una defensa del naturalismo cristiano, ante al imperio de la naturaleza humana. Aquí se relata el amor incestuoso de los hermanos Perucho y Manuela. Aparece una nueva generación, los personajes centrales de la historia y los conflictos intensos de sus vidas. La trama describe esta pasión prohibida con ese naturalismo a la española que la autora defendió en sus ensayos.
«Las nubes, amontonadas y de un gris amoratado, como de tinta desleída, fueron juntándose, juntándose, sin duda a cónclave, en las alturas del cielo, deliberando si se desharían o no se desharían en chubasco. Resueltas finalmente a lo primero, empezaron por soltar goterones anchos, gruesos, legítima lluvia de estío, que doblaba las puntas de las yerbas y resonaba estrepitosamente en los zarzales; luego se apresuraron a porfía, multiplicaron sus esfuerzos, se derritieron en rápidos y oblicuos hilos de agua, empapando la tierra, inundando los matorrales, sumergiendo la vegetación menuda, colándose como podían al través de la copa de los árboles para escurrir después tronco abajo, a manera de raudales de lágrimas por un semblante rugoso y moreno.
Bajo un árbol se refugió la pareja. Era el árbol protector magnífico castaño, de majestuosa y vasta copa, abierta con pompa casi arquitectural sobre el ancha y firme columna del tronco, que parecía lanzarse arrogantemente hacia las desatadas nubes: árbol patriarcal, de esos que ven con indiferencia desdeñosa sucederse generaciones de chinches, pulgones, hormigas y larvas, y les dan cuna y sepulcro en los senos de su rajada corteza.»