El maestro Raimundico
€6.00 IVA incluido
ISBN rústica ilustrada: 9788496428973
El maestro Raimundico. Juan Valera
I
Fragmento de la obra
En varios tratados de Economía política he visto yo una cuenta, de la que resulta que la industria de los zapateros en Francia ha producido desde el descubrimiento de América hasta hoy seis o siete veces más riqueza que todo el oro y la plata que han venido a Europa desde aquel nuevo e inmenso continente. Esto me anima, sin recelo de pasar por inventor de inverosímiles tramoyas, a hablar aquí del maestro Raimundico.
Haciendo zapatos empezó a ser rico; acrecentó luego su riqueza dando dinero a premio, aunque por ser hombre concienzudo, temeroso de Dios y muy caritativo, nunca llevó más de 10 por 100 al año; después fundó y abrió una tienda o bazar, donde se vendía cuanto hay que vender: azúcar, café, judías, bacalao, barajas, devocionarios, libros para los niños de la escuela y toda clase de tejidos y de adornos para la vestimenta de hombres y mujeres. El maestro se fue quedando también con no pocas fincas de sus deudores, y llegó a ser propietario de viñas, olivares, huertas y cortijos.
Ya no esgrimía la lezna, ni se ponía el tirapié, ni se ensuciaba los dedos con cerote; pero fiel a su origen, conservaba la zapatería, donde trabajaban expertos oficiales, discípulos suyos. El magnífico bazar estaba contiguo. Y junto a la zapatería y al bazar podía contemplarse la revocada y hermosa fachada de su casa, situada en la calle más ancha y central del pueblo. A espaldas de esta casa y en no interrumpida sucesión, había patios, corrales, caballerizas, tinados, bodegas, graneros, lagar, molino de aceite, y en suma, todo cuanto puede poseer y posee un acaudalado labrador y propietario de Andalucía. La puerta falsa, que daba ingreso a estas dependencias agrícolas, pudiera decirse que estaba extramuros del pueblo, si el pueblo tuviera muros, mientras que la puerta principal, según queda dicho, estaba en el centro.
El maestro Raimundico nunca había querido comprometerse ni mezclarse en política; pero de súbito acababa de cambiar. Se había hecho fusionista y había consentido en ser jefe de aquel partido político y alcalde en Villalegre.
Era viudo hacía ya quince años. Y hacía cerca de siete que tenía a su único hijo, don Raimundo Roldán de Cadenas, estudiando o paseando y holgando en Madrid, pues sobre este punto difieren no poco los autores. Difieren asimismo sobre la causa de la larga y no interrumpida ausencia del hijo, atribuyéndola unos a la viudez más alegre que recoleta del padre, para la cual hubiera sido estorbo o escándalo la presencia del hijo, y atribuyéndola otros al despego y a la soberbia de éste, que vivía en Madrid como caballerito muy elegante e ilustre que hablaba de su casa solariega y que repugnaba volver al lugar a ver la plebeya ordinariez de su padre y, la primitiva y fundamental zapatería, tenazmente conservada.
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