Dos relatos de Tristán de Jesús Medina
€17.12 IVA incluido
ISBN rústica ilustrada: 9788499537924
ISBN tapa dura: 9788498973341
La presente selección contiene los relatos:
- Mozart ensayando su Réquiem
- y Los inocentes.
Mozart ensayando su Réquiem es quizá el más valioso de los relatos de Tristán de Jesús Medina. Apareció en Madrid, en la Imprenta de Fortanet, en 1881. El relato se hace eco de dos obsesiones que el cubano cultivó a lo largo de su existencia: la pasión por la música y la obsesión romántica por el amor-amistad que debe impregnar todas las cosas.
El texto apuesta por la superación espiritual del dolor a través de la voluntad creadora, patente en la vida y obra de Mozart, en cuyo abordaje confluyen veracidad e idealización. También los sentimientos humanos de diversa índole que padeció o de los que fue objeto el genial compositor, elevados a una alta categoría estética.
Es posible incluso conocer la personalidad de Mozart a través de los perfiles psicológicos de las mujeres que formaron parte de su vida. Más allá de esto el autor intenta develar algo del complicado atolladero de los sentimientos y pasiones humanas, haciendo mayor énfasis en el amor.
Mozart ensayando su Réquiem está muy influido por lo mejor del romanticismo alemán; pero apunta ya hacia algunos tópicos modernistas. Aparece el ya citado misticismo. Se expresa en el culto a la divinidad, a través de la contemplación de la belleza artística y la inmersión del sujeto dentro de su propio ser espiritual.
Al igual que en sus piezas poéticas está presente el canto a la muerte como coronación de la vida y perfección de lo eterno.
Los inocentes es otro de los textos de Tristán de Jesús Medina que mejor reflejan su mundo interior. Bajo el título de Los inocentes encontramos cuatro cortos relatos:
- «Nieve»,
- «El ángel de los niños»,
- «La madre de los niños»
- y «Una caja de violín».
Todos ellos recurren al mismo espacio y a los mismos personajes. Un Madrid frío, nevado y pobre. Un protagonista, en primera persona, que recorre las gélidas calles tropezando con escenarios donde los principales actores son niños que sobreviven en un paisaje urbano, marcado por la miseria. Es un retrato intimista, por momentos crudo y descarnado, sin pretensiones moralizantes.
Jesús Medina hizo su formación académica en La Habana y en Filadelfia. Estudió latín y griego. Pronto dio a conocer en el periódico El Redactor su novela Una lágrima y una gota de rocío. En 1852 comenzó a publicar en el periódico El Orden su novela Un joven alemán.
Y en 1854 editó los cuadernos No me olvides, redactados casi enteramente por él, donde publicó los primeros capítulos de su novela El Doctor In-Fausto y algunas poesías. Colaboró en Diario de La Habana, la Revista de La Habana y La verdad Católica. Medina vivió en la búsqueda de una verdad transcendente que debería aflorar a través de la literatura.
Mozart ensayando su requiem
I. Eutanasia
Las realidades de esta vida me afectan hoy como si no fueran más que visiones lejanas, vaguedades, penumbras. En cambio la región de los sueños, de las apariciones increíbles y de los pensamientos que engendra el caos luminoso del ideal, han venido a ser, no solo mi centro, no digo ya mi pan de cada día, sino mi amor también, mi último amor y mi existencia única.
Edgard Allan Poe, BereniceEl día comenzaba su vida vespertina desde que los relojes y los cuadrantes, esta vez acordes y al mismo compás, marcaron con sombra más oscura y apagados sonidos la hora de las doce.
Fragmento de la obra
El grandioso luminar se preparaba a morir al unísono con un alma hermana y a la manera del cenobita, columbrando los horizontes que están detrás de los nuestros, resucitando antiguas promesas infalibles, consolando a los que velan, estudian, admiran, interrogan y lloran durante la dilatada agonía.
La luz dejó de vivir en rayos, ofreciendo más bien en uno y otro punto de la antiquísima y fastuosa ciudad germánica, flores de luz dentro del ramaje de los árboles, lágrimas de luz en los surtidores de las fuentes, abrazos y besos de luz en las vidrieras de los balcones.
Un silencio profundo, solemne, reinaba en todos los ámbitos de la población, hasta en los barrios del trabajo más ruidoso. La luz, únicamente la luz, siempre silenciosa hasta en sus triunfos más soberbios y en sus misericordias más celestes, era la que parecía vivir como soberana absoluta con la soberanía de la muerte, en aquella atmósfera de paz estática.
Una noticia dolorosa quebrantaba todos los corazones. Apenas comenzó a circular, el martillo del obrero cayó del brazo que le daba vida, al pie del yunque que había atormentado toda la mañana.
Trescientos hombres, ocupados en la construcción de un templo de vastísimas dimensiones, que ofrecieron por muchos meses, un golpe de vista admirable a los que contemplaban desde los balcones circunvecinos el vaivén de unos y otros, el ascenso y descenso de moles de piedra por entre los complicados andamios, el entusiasta rumor del trabajo, el consorcio del querer del hombre con las leyes severas de la naturaleza, para construir algo más grande y digno de la perpetuidad que la montaña, quedaron instantáneamente suspensos y tristes al enterarse de la nueva inesperada. Parecían entonces marineros sobre las vergas en silenciosa actitud, como cuando la nave rinde sus homenajes a la majestad de un príncipe, o solemniza momentos memorables de la historia. La gigantesca fábrica pareció herida de muerte, como si el genio que la dirigía, Amphyon u Orfeo, hubiera suspendido las armonías contagiosas de su lira.
Ningún Sol de la mañana envió a la corona de hielo de la Jungfrau, resplandores más risueños que los que encendía aquella tarde en el interior de un aposento en donde el terror y el frío de la muerte principiaban a dominar. Nunca tuvo el astro de vida coqueterías de luz como las que jugueteaban con los encajes de las almohadas, y los trasparentes pabellones del lecho; ni caricias tan angélicas como las que hacía brillar, ya en los ojos, ya en los labios ardientes todavía, ya en el marfil de las manos del joven moribundo.
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