Diario de un reconocimiento de las guardias y fortines
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ISBN rústica: 9788498976939
Félix Azara realizó el Diario de reconocimiento de guardias y fortines que guarnecían la línea de frontera de Buenos Aires a pedido de Melo de Portugal, con quien había mantenido una buena relación durante su larga estancia en el Paraguay cuando éste era por entonces su gobernador.
La máxima autoridad del virreinato del Río de la Plata, por medio del oficio del 29 de Febrero de 1796, exponía los motivos de la misión y las plazas que componían la expedición:
«…procédase a hacer un prolijo reconocimiento de toda la frontera y sitios más adecuados a fundar las poblaciones según lo mandado por Su Majestad, a cuyo fin comisiono, con todas las facultades respectivas, al Capitán de Navío de la Real Armada, don Félix de Azara, en calidad de Comandante General de esta expedición…»
Concretamente, la expedición duró desde el 17 de marzo al 24 de abril de 1796, o sea, cuarenta y cuatro días, e hizo el periplo siguiente: Buenos Aires (puente de Márquez, San Isidro), Guardia de Luján-Fortín de Areco, Guardia de Salto-Fuerte de Rojas-Fortín de Mercedes (Cabeza de Tigre, Santa Fe), Fortín de Melincué (Santa Fe) y de allí durante dieciocho días siguiendo casi siempre la línea del río Salado hasta la Guarda de Chascomús para seguir el derrotero hasta la Guardua de Ranchos-Guardia del Monte Fortín de Lobos y por último el Fortín Navarro.
En el Diario de reconocimiento de guardias y fortines Azara señalaba que la política en relación a la frontera debía ir de la mano de una política de poblamiento para que de esa manera, con una eficaz defensa de los aborígenes de la región, fuera aprovechable la riqueza de la campaña, la protección de las haciendas y de la capital del virreinato rioplatense.
«Este cuaderno, que contiene uno de los tantos proyectos que se han formado para la seguridad de nuestros campos, recuerda también uno de los importantes trabajos de don Félix de Azara en estas provincias.
Pedro de Angelis
El virrey Melo, testigo del celo de este inteligente oficial en el Paraguay, aprovechó su inacción en Buenos Aires para encargarle el reconocimiento de nuestra frontera. La proximidad y el arrojo de los bárbaros mantenían a los pocos moradores del campo en una alarma continua; y se trataba menos de ensanchar nuestro territorio que defender la vida de sus habitantes. Hasta entonces, y mucho después, el que presidía el vasto virreinato de Buenos Aires mandaba obsequiar a los caciques para que no le hostilizasen, y era general el deseo de salir de un estado tan degradante. Los hacendados y el Cabildo habían representado al rey la necesidad de avanzar y proteger las poblaciones; muchas cédulas habían llegado de España con la aprobación de estos planes, y destinando fondos para realizarlos; pero nunca faltaban pretextos para eludirlas, y la obra de nuestra frontera había tenido la misma suerte que la famosa acequia imperial de Aragón, en que se empezó a trabajar dos siglos después que fue proyectada.»