Cuentos de Navidad y Reyes

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ISBN rústica ilustrada: 9788498166941
ISBN tapa dura: 9788411260725
ISBN rústica tipográfica: 9788499538174


A su manera y con su peculiar visión de lo social y el costumbrismo de su tiempo, Emilia Pardo Bazán escribe estos dieciocho cuentos originales que transcurren el mismo día 24 de diciembre, Nochebuena, y el 25, Navidad.
En el año 1893 doña Emilia publica la primera recopilación: Cuentos de Navidad y Año Nuevo. En 1902 Cuentos de Navidad y Reyes detiene su mirada literaria en puntos de vista tan eclécticos como el del papa (entonces Pío IX) o el mulo Peludo. No falta la niña Jesusa, que nace el 24 de diciembre, y una pareja que descubre la magia ante el belén.
Las descripciones detallistas y precisas que en estas narraciones nos ofrece la condesa de Pardo Bazán retratan una sociedad con diferencias extremas, desamparo y la riqueza más ostentosa. Los protagonistas encarnan la caridad, la reconciliación, la devoción mística, en ocasiones de una forma que puede parecer insólita. Insólita en cualquier otro momento de sus vidas, en cualquier otro día que no fuera Navidad. 

La Nochebuena del Papa

Bajo el manto de estrellas de una noche espléndida y glacial, Roma se extiende mostrando a trechos la mancha de sombra de sus misteriosos jardines de cipreses y laureles seculares que tantas cosas han visto, y, en islotes más amplios, la clara blancura de sus monumentos, envolviendo como un sudario, el cadáver de la Historia.
Gente alegre y bulliciosa discurre por la calle. Pocos coches. A pie van los ricos, mezclados con los «contadinos», labriegos de la campiña que han acudido a la magna ciudad trayendo cestas de mercancía o de regalos. Sus trapos pintorescos y de vivo color les distinguen de los burgueses; sus exclamaciones sonoras resuenan en el ambiente claro y frío como cristal. Hormiguean, se empujan, corren: aunque no regresen a sus casas hasta el amanecer —que es cosa segura—, quieren presenciar, en la Basílica de Trinità dei Monti, la plegaria del Papa ante la cuna de Gesù Bambino.
—Sí; el Papa en persona —no como hoy su estatua, sino él mismo, en carne y hueso, porque todavía Roma le pertenece— es quien, en presencia de una multitud que palpita de entusiasmo, va a arrodillarse allí, delante la cuna donde, sobre mullida paja, descansa y sonríe el Niño. Es la noche del 24 de diciembre: ya la grave campana de Santángelo se prepara a herir doce voces el aire y la carroza pontifical, sin escolta, sin aparato, se detiene al pie de la escalinata de Trinità.
El Papa desciende, ayudado por sus camareros, apoyando con calma el pie en el estribo. Con tal arte se ha preparado la ceremonia, que al sentar la planta Pío IX en el primer escalón, vibra, lenta y solemne, la primera campanada de la medianoche, en cada campanario, en cada reloj de Roma. El clamoreo dramático de la hora sube al cielo imponente como un hosanna y envuelve en sus magníficas tembladoras ondas de sonido al Pontífice, que poco a poco asciende por la escalinata, bendiciendo, entre la muchedumbre que se prosterna y murmura jaculatorias de adoración. A la luz de las estrellas y a la mucho más viva de los millares de cirios de la Basílica iluminada de alto abajo, hecha un ascua de fuego, adornada como para una fiesta y con las puertas abiertas de par en par, por donde se desliza, apretándose, el gentío ansioso por contemplar al Pontífice, se ve, destacándose de la roja muceta orlada de armiño que flota sobre la nívea túnica, la cabeza hermosísima del Papa, el puro diseño de medalla de sus facciones, la forma artística de su blanco pelo, dispuesto como el de los bustos de rancio mármol que pueblan el Museo degli Anticchi.

Fragmento de la obra