Cuentos de muerte y de sangre
€3.00
ISBN CM: 9788490078181
ISBN tapa dura: 9788411261098
En Cuentos de muerte y de sangre. Seguidos de aventuras grotescas y una trilogía cristiana Ricardo Güiraldes reúne relatos descarnados, de una intensidad que se anticipa a los mejores textos de la novela negra americana.
Aunque este título recuerde a uno de los clásicos de la narrativa breve latinoamericana, Cuentos de amor de locura y de muerte (1917) del uruguayo Horacio Quiroga, el libro del argentino no corrió con la misma suerte.
Cuentos de muerte y de sangre fue un fracaso estrepitoso, solo logró vender siete ejemplares en un año. Este fracaso editorial y las múltiples críticas llevó al mismo Güiraldes a renegar de esta obra. Si al hecho anterior se le suma como contraste el éxito de su novela Don Segundo Sombra, no es de extrañar que el el relato haya sido totalmente eclipsado por la novela, generando un silencio a su vez dentro de la crítica literaria.
Facundo
Fragmento de la obra
Traspuestas las penurias del viaje cayó al campamento una noche de invierno agudo.
Era un inconsciente de veinte años, proyecto tal vez de caudillo; impetuoso, sin temores e insolente ante toda autoridad. De esos hombres nacían a diario en aquella época encargados luego de eliminarse entre ellos, limpiando el campo a la ambición del más fuerte.
Apersonado al jefe, mostró la carta de presentación. Cambiaron cordiales recuerdos de amistad familiar y Quiroga recibió a su nuevo ayudante con hospitalidad de verdadero gaucho.
Concluida la cena, al ir y venir del asistente cebador, el mocito recordó cosas de su vivir ciudadano. Atropellos y bufonadas sangrientas, que aplaudía con meneos de cabeza el patilludo Tigre. Contó también cómo se llenaba de plata merced a su habilidad para trampear en el monte.
El Tigre pareció de pronto hostil:
—¡Jugará con sonsos!
Insolente, el mocito respondía:
—No siempre, general… y pa probarle, le jugaría una partidita a trampa limpia.
Quiroga accedió.
Los naipes obedecían dóciles, y el Tigre perdía sin pillar falta. En su gloria, el joven besaba de vez en cuando el gollete de un porrón medianero, y no olvidaba chiste, entre los lucidos fraseos de barajar.
Inesperadamente, Quiroga se puso en pie.
—Bueno, amigo, me ha ganao todo.
Recién el mozo miró hacia el montón, escamoso, de pesos fuertes, que plateaba delante suyo.
El general se retiraba.
Entonces, un horrible terror desvencijó la audacia del ganador. Las leyendas brutales ensoberbecieron la estampa, hirsuta, del melenudo.
—¡General, le doy desquite!
—Vaya, amigo, vaya, que podría perder lo ganao y algo encima…
—No le hace, general, es justo que también usted talle.
—¿Se empeña?
—¿Cómo ha de ser?
Las mandíbulas le castañeteaban de miedo.
Quiroga arremangó la baraja, que chasqueó entre sus dedos toscos.
—¡Bueno, mis estribos contra cien pesos!
Y mandó al asistente traer las prendas.