Cuentos de la patria
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ISBN rústica: 9788499538143
En Cuentos de la patria Emilia Pardo Bazán muestra su preocupación por los problemas de España ante la crisis del 98. Persiste a lo largo de sus relatos un pesimismo ideológico, sin embargo, existe un contraste con su optimismo vital. La autora continuaba publicando y participando activamente en la vida intelectual y social del país. Cuentos sobre la Patria contiene relatos de ficción basados en algún hecho histórico.
Emilia Pardo Bazán (1851-1921) fue la novelista española más importante del siglo XIX y una de las escritoras más relevantes de nuestra historia. Introdujo el naturalismo en España con su obra La Tribuna considerada la primera novela social y naturalista de nuestro país.
Pardo Bazán también destacó por ser precursora de los derechos de la mujer y del feminismo actual reivindicando la modernización de la sociedad para conseguir la igualdad de género en derechos y oportunidades.
En aquellos días de angustia y zozobra, surcados por relámpagos de entusiasmo a los cuales seguía el negro horror de las tinieblas y la fatídica visión del desastre inmenso; en aquellos días que, a pesar de su lenta sucesión, parecían apocalípticos, hube de emprender un viaje a Andalucía, adonde me llamaban asuntos de interés. Al bajarme en una estación para almorzar, oí en el comedor de la fonda, a mis espaldas, gárrulo alboroto. Me volví, y ante una de las mesitas sin mantel en que se sirven desayunos, vi de pie a una mujer a quien insultaban dos o tres mozalbetes, mientras el camarero, servilleta al hombro, reía a carcajadas. Al punto comprendí: el marcado tipo extranjero de la viajera me lo explicó todo. Y sin darme cuenta de lo que hacía, corrí a situarme al lado de la insultada, y grité resuelto:
—¿Qué tienen ustedes que decir a esta señora? Porque a mí pueden dirigirse.
Dos se retiraron, tartamudeando; otro, colérico, me replicó:
—Mejor haría usted, ¡barajas!, en defender a su país que a los espías que andan por él sacando dibujos y tomando notas.
Mi actitud, mi semblante, debían de ser imponentes cuando me lancé sobre el que así me increpaba. La indignación duplicó mis fuerzas, y a bofetones le arrollé hasta el extremo del comedor. No me formo idea exacta de lo que sucedió después; recuerdo que nos separaron, que la campana del tren sonó apremiante avisando la salida, que corrí para no quedarme en tierra, y que ya en el andén divisé a la viajera entre un compacto grupo que me pareció hostil; que me entré por él a codazos, que le ofrecí el brazo y la ayudé para que subiese a mi departamento; que ya el tren oscilaba, y que al arrancar con brío escuché dos o tres silbidos, procedentes del grupo…