Conferencias filosóficas
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Muy conocido como conferenciante, entre 1880 y 1883 imparte en la Academia de Ciencias de La Habana sus cursos libres sobre Lógica, Psicología y Moral, que años después publicará con el título de Conferencias filosóficas, que tendrán gran repercusión dentro y fuera de Cuba. Como pensador, si bien es considerado el principal representante del positivismo cubano (influido por las ideas de Spencer y Stuart Mill), a lo largo de su vida fue evolucionando hacia un marcado escepticismo, cuya máxima expresión recogerá en su último libro Con el eslabón (1927),
Conferencias Filosóficas (Primera Serie) Lógica
Textos de las Conferencias número: 2da, 3ra, 7ma, 8va, 9na, 13, 14
Lección segunda
Señores:
Fragmento de la obra
¿Por qué busca el hombre la verdad? Porque le es necesario ajustar a ella sus acciones. El hombre es un organismo —quien dice organismo, dice manifestaciones de fuerzas— sobre el cual actúa un medio, y que, a su vez, reacciona sobre él. Este medio, eminentemente complejo, entra en comunicación con el hombre por muy diversos canales y en muy diversas formas, y esto constituye un número variadísimo de relaciones. A los estímulos externos responde el organismo humano con actos a los estímulos que los provocan, tanto más adecuados serán al fin solicitado, que es, en último término, la conservación del individuo.
Sin entrar, desde los primeros pasos, en análisis que tendrán su lugar oportuno, es manifiesto que este ajuste exige una fiel representación en el sujeto que reacciona, de los objetos que lo estimulan y sus relaciones. Si, pues, nos importa indagar los caracteres por medio de los cuales podamos distinguir esa representación fiel, necesario será que antes nos formemos una idea, siquiera aproximada, del instrumento merced al cual nos representamos el medio en que nos desenvolvemos.
Este instrumento es el espíritu; término que, a pesar de la ambigüedad que lo afea, es el más comprensivo entre los que se dan generalmente por sinónimos. El espíritu representa y conforma en nuestro interior el mundo externo, y nos permite acudir una y otra vez a él, en solicitud de una testimonio repetido que acredite la validez de su construcción. Aquí está resumido todo cuanto el hombre puede para conocer la verdad. En esta proposición está contenido todo el método. Un instrumento, el espíritu; una piedra de toque, la experiencia.
Necesario es, por tanto, antes de conocer la diversas aplicaciones que podemos hacer de nuestra actividad interna al conocimiento del mundo externo, que nos demos alguna cuenta del modo de funcionar de esta actividad que nos procuremos aquellos datos psicológicos, sin los cuales podría pecar de oscura nuestra exposición.
Y aquí la índole de nuestras conferencias me permite hacer una digresión. No hay más saludable. No hay más saludable advertencia para nuestro entendimiento, que la consideración de los errores en que se extravían muy claras inteligencias. Por otra parte, es digno de notar cómo un principio cierto puede inducir a engaño cuando se le saca fuera de sus naturales límites. Clasificar, o sea agrupar los objetos por sus semejanzas, es una operación tan primordial del espíritu humano, que se encuentra en el fondo de todas sus funciones. Pero con esto, dicho se está que es un procedimiento meramente subjetivo, y no tenemos ningún derecho a suponer que en lo externo se repita el mismo acto con todas sus fases. Ahora bien; llegadas a un elevado punto de desenvolvimiento, y precisados en lo posible sus límites, también las ciencias han sido sometidas a clasificación. No es el caso de referir las que desde lord Bacon se han presentado con mejores o peores títulos a la atención de los doctos, voy a detenerme en una que ha obtenido extraordinaria importancia en nuestro siglo y ha sido enseñada en nuestro país: la de Augusto Comte.