Antología de José Joaquín Fernández de Lizardi
€3.00 – €15.22
ISBN rústica ilustrada: 9788498973709
ISBN tapa dura: 9788411260466
José Joaquín Fernández de Lizardi es el autor de El Periquillo Sarniento (1816), la que se considera, en rigor, la primera novela hispanoamericana. Sin embargo, también se acercó al teatro, ya sea para hacer crítica o escribiendo obras donde asume los principios neoclasicistas, previsibles en un ilustrado convencido.
La presente Antología de José Joaquín Fernández de Lizardi contiene las siguientes obras de teatro:
- El grito de libertad en el pueblo de Dolores
- Unipersonal del arcabuceado
- La tragedia del padre Arenas
El grito de libertad en el pueblo de Dolores es una breve pieza de teatro escrita con un estilo exaltado y casi panfletario. José Joaquín Fernández de Lizardi hace una crónica de la historia mexicana de su tiempo. Se trata, tal vez, de un panfleto culterano, que de algún modo recuerda a Bertolt Brecht.
La trama presenta la precaria situación en la que se encuentra México bajo el yugo español, con el corazón acongojado por la miseria y la ignorancia. El personaje principal, el cura Hidalgo, no para de alentar a sus feligreses para que hagan valer sus derechos y derrotar la tiranía.
El «Grito de Dolores» es considerado el acto o discurso con que dio inicio la guerra de Independencia de México.
El 26 de octubre de 1822 Lizardi dio a conocer el Unipersonal del Arcabuceado. Se trata de una obra teatral «ejemplar», apartada de las urgentes consideraciones políticas, esta pieza teatral condena el sistema judicial que permitía a los criminales reincidir en sus delitos.
Poco antes de morir, Fernández de Lizardi, escribió la obra La tragedia del padre Arenas. Una crónica de la historia mexicana de su tiempo donde relata la historia de Joaquín Arenas, un religioso castellano acusado de conspirar para la restitución del México independiente a los dominios del rey Fernando VII y condenado por ello a muerte.
El grito de libertad
Acto I
El Acto I se representa en una sala grande y decente del cura Hidalgo, con el adorno común. Hidalgo, Abasolo y Aldama.
Hidalgo Mucho tiempo hace, amigos míos, que lloro en el silencio la suerte desgraciada de nuestra patria. Oprimida trescientos años ha por el duro gobierno español, poseídas las benéficas órdenes que tal cual monarca ha dictado a su favor, solo hemos experimentado desprecios y maltrato general de los mandarines que envían a gobernarnos. Los empleos honoríficos y pingües son exclusivos para los españoles: el ser americano es un impedimento para obtenerlos. La contraseña de los pretendientes españoles es bien sabida; don Fulano de tal, dicen en sus solicitudes, natural de los reinos de Castilla y compañía: de esta manera hechos dueños del gobierno, se han hecho dueños del comercio, de las haciendas de labor, de las minas y de nuestras fortunas, dejándonos únicamente el trabajo material para comer, porque ni los auxilios que proporciona la industria se nos permite. Yo mismo he querido fomentar en este pobre pueblo el cultivo de las viñas.
Fragmento de la obra
Sí, yo he plantado algunas por mi mano, y no se ha permitido fabricar vinos porque se expendan los que nos traen de España. De este modo, habiendo nacido entre la riqueza y la abundancia, nos hallamos herederos de una subsistencia muy precaria, precursora infalible de la mayor miseria.
Si tal es la suerte de los criollos, esto es de los hijos del país que descienden de padres españoles, ¿cuál será la que sufren los infelices indios? Por fin, de aquéllos uno que otro obtiene algún empleo, aunque no de la primera jerarquía, y no faltan algunos descendientes de los conquistadores que poseen ricos mayorazgos; pero, ¡los indios!, los indios, los hijos naturales de este país, los descendientes de sus legítimos señores, yacen simados en la estupidez y la miseria. Trescientos años hace que pintó su vida miserable el señor Casas, y en tanto tiempo no han avanzado un paso a su favor. Siempre educados en la superstición y la ignorancia, y seguidos del abatimiento y la desdicha, ni tienen talento para conocer sus derechos usurpados, ni valor para poderlos reclamar.