A buen juez mejor testigo
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ISBN rústica tipográfica: 9788498162769
A buen juez, mejor testigo es un poema de José Zorrilla, escrito en versos octosílabos. La incluyó en su volumen Poesías (1838) y se inspira en la tradición toledana del Cristo de la Vega.
A buen juez mejor testigo empieza en las afueras de Toledo. Ante un Cristo enclavado en un madero, la bella Inés de Vargas hace jurar a Diego Martínez, que a su vuelta de Flandes, la desposará. Pasan tres años y Diego no vuelve.
Regresan varios hombres de Flandes, y entre ellos Inés cree avistar a Diego, que no la reconoce.
Diego ha sido hecho capitán por el rey, los humos se le han subido a la cabeza y niega su promesa de matrimonio.
La leyenda, traducida por primera vez del latín al castellano en los Milagros de la Virgen de Gonzalo de Berceo, es reescrita por Zorrilla con admirable agilidad y dinamismo.
A buen juez, mejor testigo
Entre pardos nubarrones
Fragmento de la obra
pasando la blanca Luna,
con resplandor fugitivo,
la baja tierra no alumbra.
La brisa con frescas alas
juguetona no murmura,
y las veletas no giran
entre la cruz y la cúpula.
Tal vez un pálido rayo
la opaca atmósfera cruza,
y unas en otras las sombras
confundidas se dibujan.
Las almenas de las torres
un momento se columbran,
como lanzas de soldados
apostados en la altura.
Reverberan los cristales
la trémula llama turbia,
y un instante entre las rocas
riela la fuente oculta.
Los álamos de la vega
parecen en la espesura
de fantasmas apiñados
medrosa y gigante turba;
y alguna vez desprendida
gotea pesada lluvia,
que no despierta a quien duerme,
ni a quien medita importuna.
Yace Toledo en el sueño
entre las sombras confusas.
y el Tajo a sus pies pasando
con pardas ondas lo arrulla.
El monótono murmullo
sonar perdido se escucha,
cual si por las hondas calles
hirviera del mar la espuma.
¡Qué dulce es dormir en calma
cuando a lo lejos susurran
los álamos que se mecen,
las aguas que se derrumban!
Se sueñan bellos fantasmas
que el sueño del triste endulzan,
y en tanto que sueña el triste,
no le aqueja su amargura.
Tan en calma y tan sombría
como la noche que enluta
la esquina en que desemboca
una callejuela oculta,
se ve de un hombre que aguarda
la vigilante figura,
y tan a la sombra vela
que entre las sombras se ofusca.